Viviendo sin temor
Sin temor, dado que es poco lo que espera, ha puesto manos a una construcción poética, tan difícil de describir desde el análisis del tiempo. En su resultado hay más luz en la sinceridad de lo hallado, en el vacío sereno, en su honestidad, que en el posible equilibrio fugaz de la mentira en una situación límite.
Dice Sinuhé que el Alma es incognoscible y que el Corazón nos lleva a un espacio de soledad (lienzo) que casi nadie puede superar, pues es inasible. Nunca está terminada una obra. También apunta que cada espíritu profundo necesita una máscara para sobrevivir. De eso tratamos con estas palabras. De la independencia emocional en la soledad del trabajo. De la creación. De los sentimientos y el pudor. Nada debe decirse directamente. Nada debe imponerse a pesar de la rotundidad de lo mostrado.
Como espectadores, hay que acercarse a esta selecta ofrenda con los sentidos dispuestos, abiertos, sin razonar, sin lógica ni apriorismos, después, ya se podrá comprender el sentido de donde fluye. De una gran inteligencia y amor profundo; inevitable responsabilidad para un enorme ser.
La belleza de lo que aquí vemos es una consecuencia, no una necesidad. Es decir, todo está hecho tras los sofocos necesarios para no enloquecer. El resultado es más luz que calor, como en la Luna. Un mundo ¿invisible? lleno de verdad, donde las sombras esclarecidas no son sino sus elementos emblemáticos. Inteligencia caracterizada por la fuerza y el detalle hasta la espacialidad celestial.
Nuestra propia imagen es el mayor misterio. Sí. El brillo irrita. La luz ciega. Solo al mirarnos a un espejo tenemos una forma, aproximada, del Ser, quien nos dice que somos lo que hacemos día a día, de modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito
Sí. Verónica está atenta a todo y logra una percepción externa de la hermosura. Consigue su sentido. La soledad de la creación es una suerte para los espíritus excelentes como el suyo.
Sí. Desde una disposición mental hacia la felicidad, las entrañas de la pintora, como residencia absoluta, bombean unas piezas maravillosas en las series Pentecostés y Petricor, suaves, plácidas, para que transitemos por su propio infierno antes de llegar al cielo, sin saber si estamos preparados para equivocarnos, pero conociendo que sin riesgo nunca se creará nada original. Eso sí lo sabemos.
El espíritu, su materialidad, preocupa y ocupa a humanistas y científicos. Corazón, cabeza, observación de la peste y la pandemia, la han forzado a mostrárnoslo para no enloquecer. Doblando esquinas, en su búsqueda de esperanza, encuentra algo parecido a su intención en ese cuerpo material mostrado, ya inyectado por una fuerza que la torna pensante, delicada, inmortal.
Respeta todas las opiniones sin declararlas justas más que después de haber hecho, por ella misma y su mirada, un examen profundo. No profana la verdad de la creación, aceptando el sentido que le dan las personas y las instituciones. La realidad absoluta es inaccesible e inescrutable. Su brío, humano, se aproxima sin cesar a ella, aun sospechando que no la alcanzará jamás, y grita, en cada obra, silenciosamente.
Siempre, sin embargo, está en camino hacia los secretos de la vida, reconociendo y aceptando las leyes de la naturaleza de la que somos parte integrante. Habla poco y hace mucho. Escucha a todos con atención y deferencia con el firme propósito de comprender. No confunde palabras e Ideas.
Sí. La modorra del Coronavirus instalada en el conjunto social, el miedo a sus consecuencias y el ruido de los altavoces de los mass media, nos mantienen inertes a la expectativa del mañana y ese futuro que no viviremos.
Gocemos el presente con este regalo de Verónica Romero.
ANGEL ESPARTERO