Pablo González-Bootello
… Le quiero tanto. No sé lo que haría sin él…
… La bici de Sergio es más grande que la mía…
… Joder, voy a llegar tarde otra vez…
Los pensamientos y las sensaciones forman una parcela del universo tan rica y tupida como podamos imaginar.
Es tan profundo el árbol genealógico de nuestros deseos, que produce cierto vértigo la simple idea de singularizar tras pequeños envoltorios las porciones de lo que quiera que fabrique el cerebro. Pero el auténtico shock aparece al darnos cuenta de que las sensaciones y los pensamientos asociados a éstas, están en permanente interacción.
Una vitalogía de sensaciones como la que produce la observación SUBJETIVA de la obra de Verónica Romero permanece en el subconsciente mucho tiempo. Además, si se observa sólo uno de sus cuadros durante un lapso adecuado, el cambio de conciencia que se experimenta es siempre en la dirección del sobrecogimiento. Los acontecimientos empiezan a desarrollarse a tal velocidad que es difícil no perder comba en el diálogo que se produce con lo observado.
Verónica habla de la ciudad en su pintura como del caldo de cultivo para el hecho mental. Cada objeto presente en la realidad urbana, animado o inerte, afecta radicalmente a la existencia de los demás. Le Corbusier decía que “La arquitectura es el juego maestro correcto y magnífico de los volúmenes reunidos a la luz”. De la misma manera, los estímulos que producen las relaciones entre las formas, las texturas, los tonos, las profundidades (los matices en definitiva) de las imágenes que propone Verónica son tremendamente emocionantes.
La palabra clave es “relaciones”. Nada en el discurso pictórico de la artista se entendería sin su contexto. Nunca deja de sorprender la carga de sensaciones que se agolpan en el cerebro y que son la traducción científica de la exacta ubicación de una superficie respecto a una línea. Ninguna masa es nada sin la participación de todas las demás fuerzas del lienzo. Y todos los cuadros crean una duda interesante acerca de su pasado y de las consecuencias de su existencia.
Detrás queda un espacio que parece infinito, una nueva perspectiva, un paisaje amplio, envolvente, en el que se adivinan eventos que nos llegan lejanos. Este espacio hostil nos recuerda la protección que se experimenta viviendo en comunidad. No se tiene miedo a lo desconocido, sólo a lo peor de lo conocido.
Las ciudades son el tablero de juego de nuestras sensaciones. Cuando veo estas obras me despierto en la recreación de emociones que están ahí para que alguien las viva, puesto que nadie la ha vivido antes. Son píldoras de estados mentales vírgenes y de igual rango que los producidos en las ciudades por nuestras vidas, cotidianas pero irrepetibles.
… Le quiero tanto. No sé lo que haría sin él…
… La bici de Sergio es más grande que la mía…
… Joder, voy a llegar tarde otra vez…