Enrique Castaños – Diario Sur

La exquisita y rigurosa creación plástica reciente de la pintora malagueña Verónica Romero, que se dio a conocer en torno a 1990, ofrece dos vertientes que, aun cuando en una apreciación superficial puedan parecer contradictorias o excluyentes, en realidad constituyen manifestaciones complementarias de una concepción muy meditada del hecho artístico. La primera vertiente la aproxima indudablemente a la Abstracción Postpictórica estadounidense del decenio de 1960 y la segunda vertiente la emparenta con las técnicas artesanales promovidas por William Morris y el movimiento de las Arts and Craft» en la Inglaterra victoriana.

Los cuadros abstractos de Verónica Romero, de colores planos, pureza espacial y armonías matemáticas, son, en primer lugar, herederos del racionalismo matemático de Josef Albers, pero sobre todo de Kenneth Noland y de algunos otros representantes de la Post Painterly Abstraction, teorizada impecablemente por el influyente crítico Clement Greenberg, una corriente fundamental de enfriamiento del arte que surge como reacción al subjetivismo romántico del Expresionismo Abstracto y cuyos orígenes se encuentran en el Color Field Painting (esto es, la Pintura del Campo de Color) de hacia 1954, una abstracción de tipo esencialista que afronta el problema del monocromo y el de la imagen en su versión vertical y plana, y también en la llamada Hard Edge Painting, es decir la pintura de contornos netos, bautizada así por la crítica en 1956. Todo el mundo sabe que el desencadenante de toda esta investigación pictórica estuvo en la visita que Noland y Morris Louis hicieron en 1953 al taller de Hellen Frankenthaler, la mujer de Motherwell, donde quedaron impresionados ante la visión del cuadro ‘Montañas y mar’, que, por cierto, pudo verse recientemente en Madrid.

Verónica Romero sigue las indicaciones del crítico Alloway: escasez de formas y carácter inmaculado de la superficie; unidad pictórica de la composición; empleo de poco tonos de color; eliminación de las figuras sobre un fondo y supresión entre el fondo y el primer término. Entre nosotros se adhirieron a esta corriente de pintura-pintura los miembros del Grupo de Trama, cuyo máximo exponente fue José Manuel Broto hacia 1976, pero quien la ha llevado a una
mayor perfección y depuración ha sido Jordi Teixidor, de quien pudo verse una amplia muestra de sus cuadros negros en Málaga hace unos años.

En cuanto a la vocación artesanal de la técnica de la encuadernación de Verónica Romero, hemos afirmado que la relaciona con el extraordinario
movimientos de las Artes y Oficios liderado por el polifacético William Morris, que no pudo resolver la insoluble cuestión de conciliar la drástica reducción del precio económico del producto artístico con su ejecución artesana y extremadamente cuidadosa. El aspecto frío de los lienzos de Verónica desaparece por completo ante estos trabajos de encuadernación donde se potencia la huella humana del artista, con sus rugosidades e irregularidades. Las figuras siguen siendo geométricas, pero ahora más próximas a las investigaciones cromáticas incluso de un Paul Klee. En definitiva, una obra en general de una consumada maestría y de una inusual elegancia y buen gusto.

Enrique Castaños – Mayo, 2011 – Diario SUR

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